viernes, 5 de noviembre de 2010

Allá por el setentaytantosquenomeacuerdo, Camilo José Cela, miembro de la Real Academia, novelista, ensayista y un montón de cosas más, fue entrevistado por nuestro inefable y muy culturohomogenizanteparaabajo Raúl Velazco ("Aún hay más") en relación con su aún polémica obra "Diccionario secreto"; del que según tengo entendido sólo existió el primer tomo, pero no me lo creas mucho.

El punto es que la referida obra, en anticipación muy adelantada de nuestro hoy popular "Chingonario", hacía una muy docta recolección de usos y abusos de términos con una marcada orientación sexual. Concretamente a lo que dan mis referencias, tengo claro que dedicaba un amplio espacio a los cojones, y no porque los tuviera grandes (que debió tenerlos), sino porque para los españoles resulta uno de los términos de mayor uso, abuso y difusión; con una riqueza plurisemántica que raya en la autonomía léxica.

No me acuerdo cuál fue la pregunta del güero Velazco (que seguramente fue bastante ñoña, de acuerdo a su perfil y prácticas habituales), pero tengo muy presente la respuesta del maestro Cela. Él dijo: "No existen las buenas o malas palabras; existen palabras con buena o con mala prensa". Sabio juicio que me ha acompañado desde niño y que me ayudó a entender ya entonces que lo que importa no son las palabras, sino lo que hacemos con ellas.

Viene a cuento esta alusión porque hoy estuve charlando con mi directora y ella me sancionaba por el uso que hago del lenguaje cuando escribo, pues, dice ella, llego a ser bastante burdo y ofensivo. Sin evadirme de mi responsabilidad sobre lo que digo y la forma en que lo digo, considero que se trata de un juicio ampliamente mediado por sus intereses personales, pues habitualmente, y al igual que el resto de los mortales, uso las palabras fuertes sólo en relación con aquello que me mueve las emociones.

Es decir que considero más valiosa la opinión, aunque el vocabulario sea duro, que el silencio cómplice. A fin de cuentas la crítica ayuda a construir y a corregir: la complicidad sólo acompaña en el viaje hacia el abismo.

Sobre el tema de las palabrotas, y vinculándolas con el tema de las variaciones y de los registros lingüísticos, comentaba yo con mis alumnos de tercer semestre que a mí me gusta mucho soltar palabrotas en mis clases de nivel superior, cosa que no hago cuando trabajo en secundaria; pero es una práctica que relaciono con la convicción sociocultural de que no son las palabras las que tienen el verdadero significado, sino las intenciones con que esas palabras son utilizadas.

O dicho de otra manera: no existen las buenas o malas palabras... las intenciones son las que cuentan.

martes, 2 de noviembre de 2010

Pues nada. Que el tiempo vuela cuando uno se divierte o cuando está preocupado. Lo cierto es que trabajo no me ha faltado. ¿Te cuento?

Ya falta poco para que lleve a otro grupo de viaje a Real de Catorce. En esta ocasión, además del proyecto de los estudiantes, un grupo de docentes los acompañamos con nuestro propio proyecto de investigación. Así, los observadores serán observados, aunque aún nos falta determinar un tercer nivel de observación: un metaobservador.

Nuestro enfoque tiene que ver con la búsqueda de una voz propia dentro del maremagnum que es el ámbito de la investigación, donde cartabones, paradigmas y valores entendidos han reducido, al menos en el área de la educación en México, a la investigación a poco menos que un ritual de llenado de unos requisitos y condiciones (siempre bajo el amparo de la todo-poderosa APA).

Vamos estimulados y ansiosos. No sabemos bien a bien cuáles son los resultados, porque se han dado a conocer a otras personas pero no a nosotros, sin embargo sabemos que nuestros alumnos de la especialidad de Español volvieron a obtener altas calificaciones en el examen de CENEVAL. Estamos convencidos de que esos resultados son producto de nuestro trabajo y esfuerzo, por lo que nos sentimos impelidos a mejorar los logros previos.

Dicen los compañeros que actualmente estamos en el paraiso; pero porque todo lo que se hace en la normal tiene como único fin y justificación el logro de una certificación ISO dosmil y algo, en el que dejé de confiar desde que la responsable-capacitadora lo justificó comparándolo con una visión lamarckiana del proceso de evolución: nos contó la historia de un pez que se negó a evolucionar y después se lamentó cuando vio a todas las demás criaturas que sí decidieron evolucionar y se convirtieron en aves, mamíferos y bichos de esos... ¡Retuércete en tu tumba, Darwin!

Por otro lado, enfrentamos la mucho más seria exigencia nacional de integrarnos al Programa de Mejoramiento del Profesorado que, creeme, es cuestión de trabajo fino y demandante. Por ahora tenemos apenas tres compañeros que han alcanzado el llamado "Perfil ProMeP"; afortunadamente hay mucha gente interesada y preocupada por lograr ese objetivo, además de que existe un decidido apoyo de la Institución para que eso ocurra.

Y es en ese contexto en el que nos interesa colocarnos a mediano plazo. Ese proceso es la verdadera prueba de fuego para la institución, pues su eficiencia es evaluada desde los resultados de los estudiantes, y no desde el mero soporte documental. Es ahí donde entra en juego el verdadero proceso de selección natural, y al final sólo quedarán en pie los más aptos para enfrentar las adversidades. Podemos decir que al final, aunque algunas estructuras e individuos serán elididos, tendremos como resultado una institución más sana y de mayor beneficio para los estudiantes y para la educación básica, que es lo que en realidad importa.