sábado, 15 de noviembre de 2008

Si he de ser honesto (y habitualmente tengo la firme intención de serlo; tampoco es que me funcione mucho, pero la intención algo ha de valer), tengo que reconocer que tiendo mucho a la desidia. En mis cuadernos y armarios se acumulan, a veces por años, tareas que de una forma u otra voy evadiendo. Aunque soy bueno y eficiente con el trabajo intelectual, soy capaz de mandar al diablo la tarea más interesante por cualquier actividad un poco más física, como cambiar un foco o arreglar un grifo que gotea (por cierto, considero la docencia como una estimulante combinación de trabajo físico e intelectual; al menos yo no me quedo sentado por mucho tiempo mientras dirijo una sesión). Al final voy construyendo una lista de espera de urgencias que, ahora sí, se vuelven un trabajo intelectual bastante físico. Ayer me tocó pagar un poco de lo mucho que debo por esa falta de disciplina y voluntad.

Resulta que tenía años postergando el examen de inglés de prerrequisito en la Escuela de Graduados y ayer, principalmente porque Glo me apuntó y me estuvo recordando la fecha, asistí a cubrir esa parte de pendientes. Pero el flojo trabaja dos veces, y a veces hasta tres. Como no hice las diligencias por mi cuenta, llegué a las 5:30 pensando que el examen estaba programado a las 6:00; resulta que en realidad estaba programado para las 4:00 (oh-ooh!), pero el maestro que aplicaría avisó que llegaría hasta las 7:30 (¡Diablos, qué hago mientras!). Salí a comprarme un capuchino, pero el único estarbuc que encontré estaba lleno y no me pude estacionar; volví con un café del otso. El tiempo se me hizo eterno, y el mentado maestro llegó hasta las 8:15. Y te juro que estuve tentado a largarme no menos de 25 veces en el inter, pero estaba seguro de que si me iba, pasarían al menos uno o dos años para que volviera a intentarlo.

Comencé mi examen a las 8:30 (el angelito llegó pidiendo copias; digo, si sólo tenía que darnos las hojas y esperar que termináramos -éramos 4 sustentantes-, ¿por qué no dejó el examen para que nos lo entregara Blanquita, la secretaria?) y la verdad es que no era tan complicado. Me tardé porque ya perdí la costumbre de escribir a mano -eso es malo, tengo que practicar-, pero la traducción era muy simple; se trataba de un texto que habla sobre la lingüistica y los aspectos que estudia. Me incomodó el examen de gramática porque en realidad se trataba de copias de algunas páginas de los cuadernos que se usan en el centro de idiomas, pero fuera de contexto resultaba complicado entender plenamente las indicaciones.

Oye, a las 9:45 sale el aplicador de marras con apuros de que el examen está planeado para dos horas (ya lo sé, imbecil; a esta hora yo debería estar en otro lado) y que debemos apurarnos. Terminé a las 10:15 con un dolor de cabeza terrible y una especie de estrés postraumático reflejado en el deseo cuasi-incontenible de azotar la cabeza de un maestro de inglés contra el piso. Afortunadamente me marché lo bastante pronto como para no permitir que mis instintos afloraran.

Dormí como angelito.

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