martes, 27 de mayo de 2008

De regreso

Acabo de llegar de mi viaje al D. F. y la verdad es que da mucho para platicar: de los hoteles, de las comidas, del supuesto curso que fui a tomar, de los colegas autores de textos, de los vuelos. La verdad es que tengo material para rato. Lo malo es que los días no se detienen y supongo que lo que no registre ahora, se perderá en el olvido de mi muy frágil memoria.

Comienzo con los motivos del viaje: se supone que asistí a tomar un curso con el equipo de dictaminadores de libros de la SEP, quienes nos darían preciciones de lo que esperan encontrar en las propuestas editoriales. Nada más lejano: se trató de una triste simulación en la que no se aclaró nada. Los capacitadores fueron gente improvisada que no tenía nada que decir y lo evidenciaban cada vez que hablaban. En resumen: una lamentable pérdida de tiempo. Por cierto: la sede del evento fue el hotel Meliâ, que parece haberse convertido en oficina vitalicia de la SEP (y también a propósito: ese Fernando González -el Primer Yerno del país- está mejorando en mucho su presencia y su discurso; es más, ya le veo "piernas de corredor" para la Secretaría).

De los hoteles. El domingo llegué a reunirme con Rogelio en el hotel Catedral, a espaldas de la Catedral y una cuadra del Zócalo, lugar limpio, con buen servicio, tradicional, cómodo y económico que además ofrece internet inalambrico gratuito. El lunes, por indicación de la editorial, Larousse -ahora estoy trabajando con Larousse, nos trasladamos al hotel Fiesta Americana Reforma. El lugar es limpio, pero la atención es pésima, te cobran carísimo por noche y te cobran por usar el internet; claro que no lo contraté. Algo similar me ocurrió con el hotel NH la semana pasada, y con el propio Meliâ en una ocasión anterior. Moraleja: los hoteles tradicionales son una mejor opción.

De las comidas. Las comidas en los hoteles, en los Sanborns y en los restaurantes para turistas, son simplonas y desabridas; nada como el sabor de las fonditas y cafeterías tradicionales. Pero lo más mejor son los tacos callejeros, eso sí: bajo la responsabilidad y riesgo del viandante. Lo más sabroso fue el café en leche que preparan en el Café La Popular, por Cinco de mayo, a un par de cuadras del Zócalo; y los tacos de milanesa con nopalitos que venden en la calle por Bucarelli, a una cuadra al poniente de Reforma.

De los colegas no puedo hablar mucho porque realmente no llegué a conocerlos, pero sí puedo decir que hay mucha gente que, pese a que se dedica a escribir libros para secundaria, tiene ideas muy vagas acerca del currículum correspondiente. Eso sí: hay muchos poetas y literatos metidos a didactas. Tampoco es como la mejor alternativa al problema.

De los vuelos tengo que decir que me aterrorizan; particularmente al momento del aterrizaje. Particularmente el vuelo de regreso el día de hoy fue terrible: turbulencia al despegar, turbulencia al llegar a Monterrey, y un aterrizaje demasiado brusco para mí. Espero que pase un buen tiempo antes de que sea necesario que me vuelva a subir a un avión.

Dos días, ¿te das cuenta?

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